VI
21 de septiembre. Fiesta de primavera.
Con su enorme mano toma todo mi
lacio pelo y me arrastra hacia el pasillo desierto. Me empuja, de espaldas,
contra la pared. Me respira en la oreja, jadea. Sigue estirándome el pelo. Mete
la otra mano dentro de camisa blanca, dentro de las vendas con que aplasto mis
pechos. Aprieta mi pezón derecho. Intento empujarlo hacia atrás cuando siento,
a través de mi pollera tableada, su pija erecta contra el surco de mis nalgas.
Me dice al oído, pedime que te suelte. Tengo odio, ira y mucho calor. Respiro,
exhalo. Me ablando. Me dejo sostener por el pelo, por la mano en la teta, por
la pija. Me vuelvo flexible como un junco. Lo huelo, lo escucho. Por fin,
susurro, soltame.
Me suelta. Inhalo, llevo todo el
peso de mi cuerpo hacia la pierna izquierda, pateo hacia atrás. Lo arrojo
contra la pared, golpea su cabeza contra un vidrio. Me arrodillo junto a él.
Canto la canción de la sangre que me enseñó Madre. Mirándolo a los ojos, me
desprendo uno a uno los botones de mi camisa. Sin dejar de cantar, desenrollo
las vendas alrededor de mi esternón. Mis pezones están erectos. Tiemblo. Me
inclino, paso mi lengua sobre su herida, trago su sangre. Con mis vendas,
enrollo su frente herida. Sigo cantando.
La canción de Ampisunaas Amorani
Una rara mezcla entre teatro kabuki y danza, con una tremenda carga de erotismo pero desde un punto de vista dramático. Excelente!
ResponderEliminarMe siento honrada, señor.
ResponderEliminar