lunes, 12 de septiembre de 2011

I
Soy hija de un samurai y una india tonocoté. Ellos se conocieron en una clase de mandolín en Buenos Aires.
Mi padre había llegado a su máximo nivel, igualando en fuerza y poder a su maestro. En un entrenamiento, chocaron sus fuerzas en exacta medida y salieron disparados. Mi padre cayó en Buenos Aires, en el obelisco. Erguido, por supuesto. Es un samurai. Del maestro nunca se supo nada. Mi padre, cuando bebe mucho sake, llora por su maestro y dice creer la fuerza del choque lo impulsó hacia la tierra y murió enterrado en vida. A los 14 años me pegó, por primera y única vez cuando le dije que, ni modo, que no es posible morir enterrado en muerte.
Mi padre, Tadanobu Asano. En Zatoichi.


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